9 am. en un bar de Madrid de los de gente bien. Mi mente está en el churro que trato de sumergir sin éxito en un vaso de los de tubo lleno de leche fría; me río, no sé porqué me he acordado del chiste del elefante y la hormiga. Tengo media hora para desayunar tranquilamente antes de que vengan a buscarme para una reunión de trabajo. De vez en cuando, al escuchar alguna noticia interesante en la tele, levanto la mirada del vaso de leche y mis ojos se posan en esa dirección. Es en uno de esos instantes cuando me fijo en dos personas que se encuentran al principio de la barra. Un señor maduro, le calculé unas 57 primaveras, vestido con chaqueta de lana y un pañuelo al cuello a modo de corbata sentado en un taburete alto y otro hombre algo mas joven de unos 45 de los, como se suele decir, mal llevados, sentado en un taburete minúsculo.
El de menor edad estaba charlando animadamente con su amigo pues parecía que se conocían de tiempos. Lo que me llamó la atención del asunto fue que el segundo le estaba limpiando los zapatos al primero. Donde vivo yo, hace años que este oficio ha desaparecido. Aquí , los zapatos nos los limpiamos cada uno. No se porqué, al ver esto, me ruboricé, la vergüenza hizo que mi mirada volviese rápidamente a ocultarse tras el vaso de leche con el churro, en ese momento me pareció humillante e incluso denigrante para un hombre esa postura de sometimiento .
Superada la primera impresión no pude resistirme y volví a mirar, esta vez con otros ojos.

Lo que vi fue a un hombre alegre, esforzándose como no había visto a nadie, sacando brillo a unos zapatos que ya hacía tiempo habían perdido su derecho a brillar, mientras discutía con el otro sobre el debate del estado de la nación, que lo habían retransmitido por la tele el día anterior. Este otro podía haber sido altivo, prepotente, eso es lo que esperaba, pero , por lo que pude observar lo cierto es que parecía una persona bastante cercana y simpática.

Este asunto me ha hecho reflexionar sobre un par de cuestiones, la primera de ellas sobre la excelencia.
Me gusta ver a las personas que se esfuerzan en hacer bien su trabajo. El ver trabajar al limpiabotas con la maestría del que lleva años en el oficio, aplicando el betún necesario para posteriormente cepillar con brío el zapato consiguiendo que se repartiese homogéneamente sobre él, frotando después un trapo de un lado a otro fuertemente con sus manos para conseguir sacarle brillo.
Verle trabajar de esta manera me hizo pensar que da igual el trabajo que realices . Cuando haces algo no sirve solo hacerlo, hay que hacerlo bien, hay que buscar la excelencia en lo que haces, si limpias botas tienes que  ser el mejor limpiabotas. Si te ha tocado ser barrendero, tienes que tener el orgullo de que tu calle esté la mas limpia. hay que poner el corazón y hacerlo con amor, y entonces lo que haces , sea lo que sea, te acaba gustando, te parece fácil y , casi siempre, te sale bien.

El otro punto  sobre el que me ha hecho reflexionar esta anécdota es sobre mis sentimientos, el hecho de sentirme de esa manera he podido darme cuenta de ciertos prejuicios que pensaba que no tenía pero que tengo hacia el modo de actuar de otras personas, había prejuzgado al cliente, tildándolo de arrogante y vanidoso cuando lo cierto es que estas características las llevo yo por pensar de esa manera. Si todos pensasen como yo , nadie se dejaría limpiar los zapatos. De no ser por él y otros como él , está claro que el limpiabotas se tendría que buscar otro trabajo.

Por cierto, los zapatos quedaron impecables, al menos hasta el día siguiente, cuando, a las 9 de la mañana, volviese al bar a tomarse un cafelito con Julián el camarero y con Tomás, que así es como se llamaba el limpiabotas.

 

MO